viernes, 18 de marzo de 2011

Autorretrato de un joven artista en la posmodernidad


Nunca he entendido por qué las nociones –El arte debe estar libre de juicios políticos- o –El arte debe de estar al margen de la política- incluso –El arte no tiene ideología- me parecen ideas descabelladas. Al parecer soy anacrónico; tal vez me criaron muy conservador porque pienso que, “la muerte de la historia, la muerte de las ideologías”, es la perversión última del capitalismo. ¡Debo ser moderno por desvirtuar tales aseveraciones! No… eso no es; ¡Debo ser transmoderno!.. Aunque todavía no estoy seguro de qué significa eso.

La verdad es que, otro de mis impedimentos, es encontrar una categoría especifica para definir el “tiempo-espacio” que vive mi mente. Lo que sí puedo decir es que la posmodernidad se ha internalizado tanto en mí, que el continuum del que hablan Walter Benjamin, Gianni Vattimo y otros autores, se ha detenido en los laberintos de mi imaginario. Sin embargo, haré el intento de esclarecer mi postura sobre -qué debe hacer el arte en cuanto a la política-  lo más sobriamente posible.

Si –y sólo para efectos de la hipótesis- el arte refleja todo en cuanto es humano; entonces la expresión artística debe ser un espectáculo de variedades. Por otro lado, si el arte refleja todo en cuanto es reflejado de lo humano –postura semi-fenomenológica- entonces… ¿También es un espectáculo de variedades? Me atrevería a decir que sí, pero veamos otro ejemplo para ver si estoy seguro. ¿Qué pasaría si digo: “Si el arte refleja todo lo que el artista dice que es humano”? Mi respuesta seguirá siendo –Entonces es un espectáculo de variedades-, porque no importa la manera en que permutemos el axioma –graciosa paradoja- porque el factor común seguirá siendo “es humano”.

Esta es la cuestión principal de mi poco entendimiento. El arte, no importando su variable, refleja la humanidad entera desde diferentes perspectivas. Las posiciones esnobista de que “El Arte” -porque se escribe con mayúsculas como si fuera sólo uno- no debe estar cargado ideológicamente, no sólo las encuentro falaces, sino perversas. Intentar tal cosa, sería despojar al artista de su capacidad de describir la memoria de los colores del mundo; memoria que quedará para la posteridad.

Esta tendencia se ha expandido a varios campos, el más “tangible” ha sido la arquitectura. El minimalismo no es el intento de lo “necesario y estético” es el intento del desarraigo. Quisiera que alguien leyera a un Federico García Lorca sin Andalucía y me dijera que es una obra de arte o a un Toulouse Lautrec sin los burdeles de París y me dijera que influyó, no sólo a la historia del cartel, sino a la erótica contemporánea. El sentido de pertenencia contextualiza, forma y en última instancia constituye al espíritu del artista.

Para evitarnos de confusiones, al hablar de política no hablo de “politiquería” hablo de la pertenencia del artista con su entorno, hablo de las relaciones que tienen los seres humanos; hablo de la crítica a todo lo que aplasta al ser. Ya esclarecido el punto de la política, quisiera preguntar ¿renegaría usted de eso? ¿renegaría a denunciar lo que envuelve a su espíritu en un manto de espinas? Si su respuesta es sí, entonces no se dedique a la producción del arte.

Como aprendí en una película de Achero Mañas –“El arte es un arma cargada de futuro”-.

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